miércoles, 4 de noviembre de 2009

LAS PLAYAS Y YO

La playita en la que vivo estaba salvaje ,esta mañana. Más que una cala del Marruecos mediterráneo, se diría cualquier playa a mar abierto del Galicia que fué. Valdoviño, Ber, Mar de Afuera...
Cuando mis padres nos llevaban a pasar el verano en la playa, ibamos a las Rías Altas, porque la familia de mi madre eran de Ferrol, Redes, Camouco...y a ella le entraba morriña de su tierra, y a mis abuelos supongo que aún más. Después de la guerra se instalaron en León, pero siempre fueron gallegos, nunca perdieron su acento ni el amor por su tierra. Y nos transmitieron ese amor, por otra parte fácil de albergar porque el lugar realmente se hace querer y te va atrapando con su magia, entre quesos caseros y nécoras debajo de cada piedra. En aquellos años, década de los 60, descubrir y disponer de una playa de arena blanca y fina para ti solo, la mayor parte del tiempo, ya era un lujo. Ya los turistas de apiñaban en Torremolinos pero nosotros éramos los reyes de la playa de Seselle, en la ría de Ares, y siendo más pequeña aún, en el mismo Ares, que también tiene playa grande, pero con más gente. Porque habiendo niños pequeños, hace falta un mar tranquilo, por eso la ría. Pero cuando las ganas de disfrutar de los paisajes grandiosos invadìa el aventurero espíritu de mi padre, nos llevaba a alguna playa salvaje, donde
las olas más pequeñas venían hacia la orilla con fuerza peligrosa, levantándose sobre la superficie más de medio metro en tiempo de calma. Gozábamos entre las olas, surfeando sobre nuestras barrigas como delfines, mi hermano Carlos y yo, que nadábamos como peces, sin ningùn miedo pero sí con prudencia, porque el mar imponía
Al cabo de los años, las olas de Ber se veían más pequeñas y los apartamentos a pié de playa, es decir, sobre la misma arena, le quitaron todo interés.
En cuanto a Valdoviño, empezaron construyendo algún chalet, quizás alguien del pueblo que regresó de Alemania. Pero detrás de ese vino el boom y cuando yo lo volví a ver, era un paseo marítimo muy largo lo que bordeaba la arena, sobre los cañaverales,mucho cemento y hoteles de todo precio lo que había allí, de tal forma que parecía otro sitio. También aquí las olas parecían mas bajas: yo había crecido. Solo vuelve a ser Valdoviño cuando hay mar gruesa o temporal.Más años después, conocí la playa marroquí de Lagzira y creí haber regresado a mi infancia. Compré el chabolillo de un pescador para intentar preservar la zona del mogollón turístico y algunos amigos hicieron lo mismo. Pero también allí llegó la invasión y la desierta playa se forró de edificaciones trepadoras acantilado arriba. Todavía no he ido a ver que pasa con mi chabolillo.
Tengo noticias de que ha sido vendido "en fraude" y tengo que ir. Pero Sidi Ifni, que es donde se encuentra, no es aquí al lado!
Allí cumplí, recuerdo, 35 años. Jamás había pensado yo en alcanzar esa edad. Pero la Ciencia avanza y yo no tenía ganas de morir, asì que me subí al tren de la quimioterapia antiretroviral y saqué billete hasta donde llegue la vía. Siempre que se abre una puerta se cierran otras. La cercanía de un centro de salud español me era imprescindible, por lo que Lagzira, como lugar de residencia permanente, se hacía imposible. Haría falta demasiado dinero para viajar y sería complicado organizar las consultas, analíticas, etc. Tendría que buscar mi cuento en un radio de
no demasiados km del hospital donde me hicieran el seguimiento. Melilla se presentó como ciudad propicia, para viv ir en Marruecos y no abandonar la salud. Pero una vez instalada allí, aún tardé unos cuatro años en encontrar esta playita y ahora, por fin, a los 51 años cumplidos, puedo decir que vivo donde quiero vivir, perdonándome las tremendas equivocaciones cometidas en mi perdida juventud y haciendo borrón y cuenta nueva. Hay algo bueno en bajar y bajar hasta tocar fondo: que una vez allí, no se puede seguir descendiendo. O te quedas en el fondo, o empiezas a subir. Yo he tocado fondo algunas veces y otras tantas he remontado hasta
el brocal. Ahora procuro no ir hacia abajo porque cada vez me cuesta más subir.
Esta última vez ha sido duro. No se ha tratado de desenganches, de curas de sueño, de recuperar peso y color. Esta vez he sufrido el mas absoluto abandono, cuando Luis se fué; el mas doloroso desprecio, cuando a mi hermano le ha dado por ignorarme porque dice que no le interesa nada de lo que yo pueda decir; la más honda pena cuando se han ido muriendo los perros, mis únicos amigos de destierro; la más asquerosa de las sensaciones: verme vieja, enferma, enganchada y pobre, cuando buscaba integrarme en una ciudad nueva de cultura escasa y racismo a espuertas.
Me han robado el coche; me lo han destrozado; me insultan los niñatos intocables. Mi hermano vive pera sí y nuestra aventura se desvanece. Ya casi no se quién soy, pero si sé que estoy sola y que sola tendré que vivir o que morir. Hago un ALTO en el camino y le planto cara al destino: Melilla no va a poder conmigo, porque no tiene categoría para hundirme. ¿Qué necesito? Fuerza.
Fuerza mental y fuerza física. A por ellas.
Y así fué que me metí en el Plan Nacional de lucha contra la drogadicción, me dieron mi carné de consumidor de metadona, hace ahora cuatro años, y poco a poco me van bajando la dosis, hasta que ya pueda fabricar mis propias endorfinas.
Complementariamente, me apunté a un curso becado de Veterinaria, comprobando que mi cerebro estaba en bastante mejor estado que la media. Faltaba eliminar molestias: malas caras, desánimos, tonos mordaces, vejaciones; tenía que separarme de mi hermano, porque me causaba demasiado sufrimiento y por mucho menos me aparté de Daniel, que era mi locura. Este es mi hermano, mi sangre, pero algo en su cabeza le mueve a maltratarme, no se si piensa en ello o si no se da cuenta, pero tonto no es y yo se lo he dicho muchas veces, que me está haciendo un daño que ni merezco ni comprendo, a la par que le veo a él llevar un rollo con la gente que raya el
maltrato sicológico sin venir a cuento. Incluso a aquellos a los que trata con normalidad, es porque le interesan para algo. Es egoísta y no tiene corazón, pero no quiero seguir con el tema, baste decir que necesitaba separarme y alejarme de su influencia. Y ya lo he hecho: me he ido con los perros por esos mundos y rodando, rodando, hemos terminado por habitar la playita de la ballena, creo que la llaman. Y ahora sí, digo bien alto SOY FELIZ de vivir en donde siempre quise vivir: en una playa desierta, con los perros, tranquilamente.
A la playa vuelvo. Ahora estoy en el curso. Tengo que pasar por BeniEnzar a recoger el móvil que me compré, que tenía código secreto, lo llevé a quitarlo y ayer no le funcionaba el ordenador. Bye!

No hay comentarios:

Publicar un comentario